15 Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle.
16 El, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los
hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios
ha abandonado a nuestra raza.
17 Aguarda tú y contemplarás su magnifico poder, cómo te
atormentará a ti y a tu linaje.»
18 Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir
decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa
padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas
sorprendentes).
19 Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar
contra Dios.»
20 Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella
madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría
con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor.
21 Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de
generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de
mujer, les decía:
22 «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os
regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada
uno.
23 Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su
nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu
y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a
causa de sus leyes.»
24 Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran
palabras injuriosas. Mientras el menor seguía con vida, no sólo trataba de
ganarle con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerle rico y
muy feliz, con tal de que abandonara las tradiciones de sus padres; le haría
su amigo y le confiaría altos cargos.
25 Pero como el muchacho no le hacía ningún caso, el rey llamó a la
madre y la invitó a que aconsejara al adolescente para salvar su vida.
26 Tras de instarle él varias veces, ella aceptó el persuadir a su hijo.
27 Se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en
su
lengua patria: «Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve
meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la
edad que
tienes (y te alimenté).
28 Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que
también el
género humano ha llegado así a la existencia.
29 No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus
hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con
tus
hermanos en la misericordia.»
30 En cuanto ella terminó de hablar, el muchacho dijo: «¿Qué
esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la Ley
dada a nuestros padres por medio de Moisés.
31 Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos,
no escaparás de las manos de Dios.
32 (Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados.)
33 Si es verdad que nuestro Señor que vive, está momentáneamente
irritado para castigarnos y corregirnos, también se reconciliará de
nuevo
con sus siervos.
34 Pero tú, ¡oh impío y el más criminal de todos los hombres!, no te
engrías neciamente, entregándote a vanas esperanzas y alzando la mano
contra sus siervos;
35 porque todavía no has escapado del juicio del Dios que todo lo
puede y todo lo ve.
36 Pues ahora nuestros hermanos, después de haber soportado una
corta pena por una vida perenne, cayeron por la alianza de Dios;
tú, en
cambio, por el justo juicio de Dios cargarás con la pena merecida
por tu
soberbia.
37 Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes
de mis padres, invocando a Dios para que pronto se muestre propicio con
nuestra nación, y que tú con pruebas y azotes llegues a confesar que él es el
único Dios.
38 Que en mí y en mis hermanos se detenga la cólera del
Todopoderoso justamente descargada sobre toda nuestra raza.»
39 El rey, fuera de sí, se ensañó con éste con mayor crueldad que con
los demás, por resultarle amargo el sarcasmo.